Playa

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Los hechos, los porfiados hechos

Jaime, tendido en la arena de la Playa Roquerío, en medio de una ambientación paradisíaca, está en un maravilloso estado de meditación trascendental. Comienza a detectar un ruidito así como el lejano aletear de un mosquito. El sonido se está transformando en un zumbido de moscardón, que se convierte ahora en un estrepitoso y horripilante ruido de motor. Es un helicóptero el que se ha situado en forma estática, exactamente sobre su cabeza, a varios metros de altura.

Del aparato caen por el aire dos cuerdas que llegan a su costado, una a cada lado, y descienden por ellas, raudos Rescatadores de bañistas en peligro de ahogarse en las nunca bien ponderadas aguas del mar.



-¡Señor Ahogante, póngase este chaleco flotador reflectante, este casco de seguridad y cíñase este arnés para ser izado a bordo del helicóptero. Todo esto es de uso obligatorio en las maniobras de un rescate de ahogante en el mar, le informan.

-¿Podéis explicar caballeros, a ciencia cierta, qué os trae por estos parajes tan deshabitados por la especie humana que prefiere la pueril diversión de chapotear socarronamente en las aguas del mar en lugar de solazarse con la contemplación del espacio infinito a través de la cúpula celeste que protege la vida en nuestro planeta y que solemos denominarla atmósfera?

- ¿ ?

-¡Usted se está ahogando señor! , El Rescatador 1°, que no ha entendido la perorata de Jaime, trata de contrarrestar la situación dictaminando con solemne sentencia.

-Usted distinguido señor, ¿está tratando de significar que el aire –compuesto formado en su mayor parte por oxígeno- no está entrando a mis pulmones?, o tal vez ¿querrá usted insinuarme que mis bronquios no pueden cumplir en forma eficiente su trabajo de oprimir mis pulmones para exhalar el aire ya ocupado que hay en su interior y así dar paso al nuevo aire fresco vital para nuestra existencia en este plano físico de la vida, latente en todo el universo y que se ha manifestado individualmente en nuestros cuerpos? Ilustre ciudadano de este hermoso país, ¿os dais o no cuenta que estoy de pie frente a usted?, ¿cómo podría estarme ahogando, entonces, es más, cómo no habría de ser yo el primero en enterarme de ello?, ¡cachafaz! , termina de decir, asombrado, Jaime.

-¡Rescatador 2°, páseme la planilla! ordena el Rescatador 1°, que entiende -de toda esta hemorragia verbal de Jaime- que el ahogante está tratando por todos los medios de negar su condición del tal, por lo que debe buscar algún argumento que lo descalifique drásticamente.

-¡Aquí está, mi Rescatador 1°!

-Veamos, dice el Rescatador 1°. Fecha: correcto… hora: correcto… lugar:… correcto…visto bueno Intendencia:… correcto, visto bueno de mi Capitán:… correcto, visto bueno del occiso: ¿? -Señor, debo informar a usted que de acuerdo a nuestro chequeo, no hay ningún error. Por tanto, procederemos inmediatamente a su rescate.

-Escúcheme, si yo estuviese sumergido bajo el agua de este mar que tranquilo nos baña, en forma involuntaria y por un lapso de tiempo superior al que pudiera estimarse razonable –en base a lo determinado en forma empírica por la mayor parte de la población- pudiera decirse que hay una probabilidad de estarme ahogando, pero este no es el caso. Claro que aquí me gustaría hacer una disquisición, soy partidario de no considerar, para estos efectos, la experiencia que pueda provenir de las personas que se sumergen con tanques de oxígeno u otro artilugio, no sé si a usted le quedara claro.

-¿?

-Para mayor abundamiento, míreme, léame los labios: ¡yo – no – me – es - toy – a – ho - gan - do, yo – es – toy – en – la – pla - ya, yo – no – es – toy – en – e l – a – gua! Es decir, para que no quepa ninguna duda al respecto, esta playa, en términos generales, está compuesta por arena, ahora ¿de dónde proviene esta arena?, proviene del mar, que con el movimiento de sus olas la expulsa de su lecho marino, obvio, para depositarla fuera. Ahora, usted se preguntará, bueno ¿y de dónde viene a dar la arena al mar?, he ahí el punto, este material que está compuesta por sílice puro, proviene de la disgregación de las rocas en minúsculas partículas por la acción de desgaste, por parte del agua de los ríos, principalmente, y de otros elementos presentes en la naturaleza, como el viento, la nieve y otros, a través de cientos, miles y hasta de millones de años… A todo esto he de honestamente confesar que no me acuerdo a que venía lugar lo últimamente expuesto, pero confío en que ha quedado absolutamente esclarecido el tema.

-¿?

-¡Mire señor!, si usted no estuviera aquí en calidad de ahogante nosotros no taríamos acá en calidad de Rescatadores, ¿no le parece obvio? (El Rescatador 2° mueve la cabeza de arriba abajo y combina con un leve abrir y cerrar de los párpados).

-¡No, no y no!, sin miedo a echar fianza, os digo que estoy parado en la arena a cuarenta metros de ese pacífico océano que baña nuestras costas con beatífica prolijidad, constituyendo un bálsamo para nuestros cansados sentidos víctimas del tráfago de nuestras urbes. ¡Ah, cómo deseo que los destinos de la humanidad se hubiesen orientado a otro tipo de evolución! Pero eso ya es harina de otro costal.

-¿?

-¡Rescatador 2°, tome las medidas inmediatamente, ordena el Capitán, asomando por la puerta del engendro volante concebido en la tormentosa mente de algún ingeniero en la madrugada de un nefasto día.

-Si mi Capitán, responde el Rescatador 2°.

-Mi Capitán, dice el Rescatador 2°, son treinta y ocho metros y 24 centímetros,



Todos se quedan mirando a Jaime así como con lástima, en una actitud de perdonavidas, de superioridad intelectual, al haber demostrada la descabellada apreciación de las distancias, y por ende de la realidad, que tiene el ahogante, falta de juicio que invalida totalmente cualquier argumento que haya pretendido o pretenda esgrimir el desubicado hombrecillo.



-Por un metro puede chocar un portaviones con un submarino… que esté en la superficie, obviamente, reflexionó en voz alta el Capitán, aunque pensándolo bien pudiere suceder aun estando sumergido, también. ¡Hm!, buena reflexión.



Jaime no comprendía, no entendía, no percibía, pensaba que podría ser una broma pesadísima, ¿pero de quién?



-¡Arriba!, ordenó el Capitán.



Sin más, Jaime fue embalado con el arnés, afianzado con las cuerdas y elevado por los aires hacia el adefesio volador en base a aspas y giroscopio que hasta el nombre es feísimo: helicóptero.



-¡Si yo hubiere estado en el mar, obligadamente por las leyes de la termodinámica, una rama de la física que estudia el comportamiento del calor emanado por los cuerpos, tendría mi traje de baño húmedo!, pero no, mi pantalón de baño está seco, así como el vasto y desolado espacio del desierto yermo, en donde nunca la flor creció y el helado viento de la noche se lleva cualquier esperanza… Jaime continuaba oponiendo resistencia mediante argumentos absolutamente válidos, sentado contra su voluntad, en el incómodo asiento del engendro volador.

-¡Hm, buen punto!, dijo el Capitán, habiendo logrado captar, en parte, lo esencial de la absurda e inconexa sarta de palabras. Hasta aquí es lo único razonable que usted ha planteado en su calidad de ahogante, pero su pantalón de baño -de tela delgada e impermeable- está seco por el tiempo transcurrido durante sus alegatos más el tiempo ocupado en su izamiento hasta acá a bordo, que con el viento y el calor reinante, terminaron de secarlo.

-¡Pero, por favor, que me duele el hígado, en un hipotético caso que hubiese estado ahogándome habría gritado, con toda la fuerza telúrica que anida en mi cuerpo y -el coraje de la sangre araucana, guerrera indomeñable, y la sangre conquistadora que corre por mis venas- auxilio, socorro, ayudadme, ayudad a este pobre mortal que se debate en una lucha cruel y desigual contra un océano inmenso en pos de hacer prevalecer su existencia como tal. Eso, en palabras más simples, hubiere gritado ¡socorro, auxilio, que alguien me ayude!

-Precisamente eso es lo que nos fue informado por la Intendencia, que usted pedía auxilio.

-Pero es que no he sido yo. Ahí seguro que ha sido otro pobre infeliz que, para su desgracia, la lucha por su vida estaba siendo doblegado por la inmensa superioridad de las desatadas fuerzas de la naturaleza, porque yo no he gritado nada de eso.

-Precisamente usted no logró gritar porque tenía la boca llena de agua.

-¡Jamás! Yo, con toda humildad, tumbado en la arena de la playa, dejaba que llegase a mí el regalo del Astro Rey que dona a todos los seres, sin distinción, porque él brilla para todos, sin importar su condición social, edad, preferencia sexual, ni siquiera condicionamientos morales. En ningún momento siquiera se pasó por mi mente introducirme en el agua de ese vasto mar.

-¿Y si no se metió al agua, por qué se estaba ahogando?



Ante esta última estulticia de incomprensión, Jaime cayó en un estado de estupor, de catatonia, con los ojos muy abiertos ya no parpadeaba, su cuerpo estaba encogido y sin movimiento, habíase rendido ante tanta incapacidad de razonar, de captar el mensaje, de considerar que el otro que está en frente también quiere dar una información, que tenemos que adaptar las herramientas a los acontecimientos y no todo lo contrario, aunque se tenga la autoridad para imponer puntos de vista.



-Mi Capitán, el ahogante no está protegido con bloqueador solar, dice el Rescatador 1°.

-Tiene suerte este muchacho que hayamos llegado a tiempo para su rescate, dictamina, el Capitán.



La aeronave, que al parecer carece de puertas, a raíz de un súbito ventarrón da una media voltereta y Jaime es expelido al vacío, pero para su suerte, su pierna estaba enredada en las correas con que lo subieron, de tal manera que su vuelo libre duró cinco o seis metros, hasta que los aperos detuvieron su caída al abismo.




-¡Ajá, y ahora el ahogante ha intentado fugarse sin autorización previa!, exclama el Capitán al ver la escena.(El Rescatador 2° ratifica moviendo la cabeza de arriba abajo con presteza).

-¡Capitán, son cinco metros ochenta y tres centímetros con cuatro milímetros los que el ahogante logró escapar!, informa el Rescatador 2°, quien se había arrojado al aire -con toda su parafernalia- para tomar la distancia desde el helicóptero hasta la suela de los zapatos del fugitivo.

-Para mí basta decir que son seis metros y punto, medio metro no quita ni pone, con esa magnificencia de los preclaros grandes hombres forjadores de la humanidad, habló el Capitán.

-¡Suban al ahogante fugitivo!, y pongan al insurrecto a disposición de la Justicia del Crimen, inmediatamente, instruyó el Capitán.

-Mi Capitán, interviene el Rescatador 2°, de la Intendencia de Playa Blanca preguntan por qué no acudimos al rescate del Ahogante solicitado, pero que en todo caso ya lo solucionaron, pues con botes de la caleta de pescadores llevaron al Ahogante a la playa sano y salvo.

-¿Cómo que no?, ¿y el Ahogante rescatado que llevamos aquí?, -qué casualidad dice el Capitán, dos ahogantes ahogándose en el mismo sector.





El Juicio

El Juez escucha atentamente al Fiscal de la causa quien ha comenzado su exposición.



-Señor Juez, el inculpado individualizado como Jaime Jaime, dice el Fiscal.

-No es necesario que repita el nombre del acusado, dice el Juez.

-Señor Juez, sucede que el inculpado Jaime Jaime tiene como nombre Jaime y como apellido Jaime, hecho que debemos tener presente cuando demostremos la peligrosidad intrínseca de este resentido social y su ánimo de subvertir las bases mismas de la sociedad en que estamos insertos, en cada ocasión que tenga oportunidad.

-Pero, interrumpe el Juez, en su libelo acusatorio usted escribió Jaime Jaime, entonces dígame, ¿cuál escribió primero el nombre o el apellido?

-Sinceramente no me acuerdo Usía, por eso es que reitero la solapada maldad absoluta que manifiesta en todos sus actos este posible terrorista.

-¡Oh!, exclama el auditorio. ¡Un terrorista!, ¡y nosotros aquí inermes frente al terrorismo!

-No debieron haberlo traído aquí, ¡simplemente debieron haberlo torturado hasta la muerte y ya!, como lo hacen en los países civilizados del primer mundo, además que nosotros ya pertenecemos al primer mundo, decía una empingorotada dama a otra no menos, voluntarias ambas de la “Liga Contra el Maltrato Animal”.

-Si claro, si estos terroristas no merecen consideración alguna, incluso se debiera castigar a su familia, especialmente a su mujer y sus hijos –y creo también a sus vecinos, por tolerarlo, y quizá a toda el barrio para que sirva de escarmiento- expresó la “Directora Ejecutiva de las Misiones para la Paz Intercultural”.

-¿No será mucho, señora Directora?

-¡Faltaba más, señor Director!

-Creo que debieran llevarlo inmediatamente a la cámara de tortura, sugirió el “Director de la Corporación de Defensa de la Vida del Nonato”.

-Las cámaras de tortura debieran estar aquí, en el edificio mismo del Tribunal, para que estos villanos confiesen sus fechorías, decía el “Alto Dignatario del Consejo para el Respeto a la Justicia Internacional”.

-Te prometo que si no anduviera con mis zapatos blancos, hechos de piel de foca, lo patearía desde aquí mismo hasta las parrillas de tortura con electricidad, dijo el “Oráculo Mayor del Templo Ecológico del Amor y la Caridad”.



Así por el estilo era el murmullo que acunaba estos elevados instintos y profundas reflexiones sobre el amor que han manifestado estos próceres de una humanidad comprometida con la tolerancia, la verdad, el respeto y el amor a los demás, todos postulantes al Premio Nobel de la Paz.
Después de este entremés volvamos al Juez.



-Es lamentable que usted no se acuerde, pues pone en peligro la identificación exacta del inculpado… -A propósito señor Fiscal, en el libelo acusatorio no figura la identificación suya, dice el Juez.

-Qué curioso, pero si yo lo puse aquí, ¿ve? -¡bah!, no está… -¿Qué pudo pasar?..., y se da vuelta con una mirada de odio indescriptiblemente asesina contra Jaime, sin dudar en ningún momento que fue él quien saboteó su computador para hacerlo incurrir en ese desaguisado, dijo y pensó el Fiscal.

-Indique su nombre al Secretario, ordena el Juez al Fiscal.

-Pablo Pablo.

-¿Cómo dice?, se sobresalta el Juez.

-Si Usía, Pablo por mi abuelo y Pablo por mi padre.

-¿Cómo puede haber gente así?, farfulla el magistrado.

-Usía, me confundí, interrumpe el Secretario, no sé si escribí el nombre Pablo o el apellido Pablo, primero.

-¿Sabe qué más?, dice el Juez, ¡déjelo así!, total cómo se escriba o se lea, nunca se sabrá que va primero y que va segundo. Son los imponderables de la vida, hay que aceptarlos dice el Juez, con resignación filosófica.

-El Fiscal, engolando la voz, expone que la conducta del terrorista es un “insacato” a la humanidad.

-El Juez pregunta: ¿dijo usted “insacato”?

-Sí, así dije Usía.

-Pero acá el procesador de texto me indica que no existe esa palabra.

-¿Cómo puede ser?, yo lo revisé en mi notebook y no señaló error.

-¡Qué curioso!, dice el Juez, hm… voy a ver en la Real Academia de la Lengua Española, entro por el Google, pongo RAE y allí pincho el diccionario, escribo “insacato” y… esa palabra según la RAE..., no existe.

-El Fiscal insiste: si me permite Usía, tal vez, si entramos al Mozilla y de ahí nos vamos a los marcadores y seleccionamos la RAE directamente, obtengamos un resultado diferente.

-Veamos expresa el Juez: voy al Mozilla, de ahí a los marcadores, selecciono RAE, escribo la palabra “insacato” y ¡n-n!, la palabra no existe. ¿No será desacato?..., Secretario, corrija.



El Fiscal mira con un gesto descuartizador a Jaime, tratando de descubrir cómo pudo sabotear nuevamente su computadora para conseguir que pasase por un ignorante de proporciones épicas.



-Que el acusado se ponga de pie, ordena Usía, ¿qué tiene usted que decir?

-Señor Juez, cuando hoy me han traído desde las mazmorras...

-¡No pues hombre!, desde el principio.

-¿Desde el principio, principio?

-Si pues, desde el principio, principio.

-¡Ah!, en ese caso: bueno, ¡hm!..., al principio era el caos…y Dios dijo...

-¡No!, le digo del principio, de cuando estaba en la playa, en forma sucinta.

-¡Ah!, en forma sucinta, ya, correcto, ok: estaba yo en la solitaria playa tumbado de espalda sobre la arena, gozando de los rayos de sol que mesuradamente acariciaban mi piel y del ruido de las olas, amenizado por el lejano graznido de gaviotas, siendo continuamente refrescado por una no tan fina llovizna proveniente del agua salina al golpear contra las rocas y ser atomizada en millones de partículas que transportadas por vientos suaves venidos desde lejanos e ignotos lugares del océano impulsan delicadamente a tan frágiles criaturas hacia los cuerpos desnudos de quienes tienen la fortuna de estar al alcance de su frescura, y deleitándome también con ese olor a mar, a algas, a aire puro… mientras el silencio sólo interrumpido por los sonidos propios de la naturaleza, pero también con la brisa que me traía lejanos y amortiguados gritos y risas de niños en Playa Blanca (por el color de sus arenas), que está pegada a la Playa Roquerío –que debe precisamente su nombre, en forma peyorativa, a la cantidad de rocas desperdigadas por doquier que hacen imposible usarla para el baño- y que no lograban desmoronar mi idílico permanecer, pues incluso me causaban una sensación de alivio, al sentir que no estaba absolutamente solo.

-¿?



Silencio absoluto en la sala, nadie entendió nada.



-¡Ah!, dice el Juez, prosiga, pero sea más conciso pues hombre.

-¡Ah!, conciso, si: me encontraba en un profundo estado de meditación trascendental, donde las ondas eléctricas emitidas por mi cerebro, en su mayoría del tipo alfa, lograban la unificación de todos mis sentidos que conozco y otros que no conozco, para insertarme en el todo, hacerme uno con la realidad arquetípica subyacente en la creación del universo –en el mismo momento de la propia realización como el único ente rector- realizando el sueño quántico del campo unificado que anhelan nuestros actuales físico teóricos, pero que ya habían vislumbrado, con siglos de anticipación, aquellos hombres forjados en el descrédito social, hombres que sin tener la tecnología necesaria se atrevieron a decir que este acontecimiento era indesmentible, me refiero a nuestros nunca bien ponderados alquimistas. Claro que seríamos injustos sin no mencionáramos a esos precursores, esos sabios hombres conocidos como Druidas... ¿en qué estábamos señor Juez?

-Tome asiento por favor.

-Señor Juez, quisiera agregar algo.

-¡No!, tome asiento.

-Es que usted verá…

-¡Que tome asiento!

-Pe...

-¡Q!...



Al Juez se le notaba su desazón y molestia por el disparatado alud de palabras necias, inconexas e innecesarias desparramadas por Jaime. Sólo había entendido –con algún grado de incertidumbre- que Jaime estaba en la playa recostado en la arena cuando empezaron los lamentables hechos que se están ventilando en su corte.

El Juez, visiblemente molesto por la bochornosa perorata de Jaime, se dirige al Capitán.



-Capitán póngase usted de pie y exponga en forma resumida los luctuosos acontecimientos de Playa Roquerío.

-Si su señoría, ¿pero antes usted me prestaría su notebook un segundito?

-Tristes, tómelo como tristes acontecimientos, dice Usía al Capitán, trasuntando un sentimiento de estar cansado, muy cansado.

-Gracias dice el Capitán. El día de los luctulu… lu… lu… tristes acontecimientos, estábamos en nuestro comando cuando a las mil setecientos recibimos de la Intendencia de Playa Blanca una petición de rescate de ahogante en el sector. Acudimos al lugar tomando posición de rescate a las mil setecientos quince. Pese a contar con la obstinada resistencia del ahogante a ser rescatado, se logró completar la misión con éxito a las mil setecientos treinta y cuatro. Hago notar que hubo una demora adicional por el intento de fuga, por parte del acusado, tentativa inconsulta y sin autorización previa de mí parte.

-Pero Capitán, si hubiese tenido su autorización previa ¿habría sido un intento de fuga?

-En realidad señor Juez sí, pero habría sido una fuga autorizada, reglamentaria, acogida al protocolo respectivo.

-¿Pero eso no estaría comprendido dentro de la autorización previa?

-Es que no podemos ser tan rígidos en esta materia.

-¡Hm!, ¿y luego que hicieron?

-Pusimos al acusado bajo la jurisdicción de la Justicia del Crimen a las mil setecientos cincuenta y uno.

-Gracias, Capitán, tome asiento, ordena el Juez.

-Rescatador 1°, narre usted los hechos, ordena Usía.

-Cuando yo descendí en la arena de Playa Roquerío a conminar al Ahogante a ser rescatado...

-¿Quién estaba en la playa?, interrumpe Usía.

-El Ahogante, señor Juez. (El Rescatador 2° desde su asiento confirmaba con la cabeza).

-¿Qué no estaba en el mar?

-No señor Magistrado. (El Rescatador 2° desde su asiento negaba con su cabeza).

-Tome asiento.

-De pie, Rescatador 2°, ordena el Juez, narre usted lo que sucedió.

-Si Usía, el Ahogante se resistía furiosamente a colocarse el arnés de seguridad, pero con mi Rescatador 1° logramos ponérselo y subirlo hacia el helicóptero.

-¿Y dónde estaban, en la playa o en el mar?

-En la playa, al lado del quitasol.

-¡Ajá!, ¿y notó algo fuera de lo normal, algo extraño, que llamara su atención?

-No propiamente tal, pero después del procedimiento hubo una llamada de la Intendencia de Playa Blanca inquiriendo la razón del por qué no se acudió al rescate del ahogante, que nos habían solicitado, pero que en todo caso ya no importaba, pues había sido rescatado por los pescadores del lugar.

-Tome asiento.

-Que el acusado se ponga bien. ¿Dónde estaba exactamente usted cuando lo rescataron?, pero cuidado... más de diez palabras y lo mando a trabajos forzados ¡por imbécil!

-Estaba yo en la quintaesencia...

-¡Guardia!

-¡No, no, no, ya entendí, ya entendí!

-Estaba en la playa, a cuarenta metros del mar.

-¿Qué estaba haciendo?

-Descansando, tomando sol debajo de una sombrilla.

-¿Qué pasó arriba en el helicóptero?

-El helicóptero dio una voltereta y yo me caí con...

-¿Qué pasa, por qué no continúa su relato?

-Señor Juez, Ya completé las diez palabras.

-¡Era un decir, pues hombre!

-¡Ah!, en ese caso. Se dio por parte de la Diosa Fortuna, que acompaña a quien conquista su amor, por blandas sendas...

-¡Guardia!

-...que las cuerdas con que me habían izado al helicóptero se enredaron en mi pie y detuvieron mi caída.

-Asiento.

-Que se ponga de pie el Capitán.

-Capitán, ¿usted ratifica que todo lo dicho es cierto?

-Si Usía, en términos generales es cierto.

-Abogado Defensor, expresa Usía, no lo hemos oído decir palabra, póngase de pie y exponga.

-Si señor Juez, sucede que yo no estaba en el lugar de los lu… tristes acontecimientos, y como quedó tan magníficamente expuesto por los partícipes directos en ellos, estimé que no era necesario en absoluto contaminar el nivel del debate con mis ideas extrapoladas y cargadas de prejuicios provenientes de otras experiencias.

-¿Es usted pariente del acusado?

-No señor Juez.

-¡Curioso!, a ver si lo entiendo señor Abogado Defensor, si su defendido hubiese cometido un asesinato, ¿usted no participaría en los alegatos por no haber estado presente en la consecución del crimen?

-Señor Juez, ese es un caso distinto, porque ahí estaría involucrada la Policía de Investigaciones, ¡no la fuerza de Rescate de Ahogantes!

-Entonces, señor Abogado Defensor: ¿qué hace usted acá en estos Tribunales?

-Honestamente señor Juez mi convicción es que, como Abogado Defensor, debo hablar sólo cuando sea estrictamente necesario para lograr el mejor posicionamiento para mi defendido.

-¿Es posible mejorar el posicionamiento actual de su cliente mediante una intervención de su parte?

-¿Mía o de mi cliente?

-¡Suya, por supuesto!

-Sí, señor Juez, sinceramente estoy convencido que mi posición actual mejoraría notablemente si yo interviniera ante mi tía Pepa, para que me consiguiese un aumento de sueldo.

-¡Ah!, pero que bufonada intentáis. Os digo la posición de vuestro cliente, carajo.

-¡Ah!, usted me consulta que si yo abogo por mi cliente en forma oral o escrita, mejoraría o no su nivel en cuanto a lograr un posicionamiento más favorable para él en su negociación, ¿no es cierto?

-Exacto, eso es lo que quiero que me conteste.

-Bueno, en este caso específico podríamos considerar que si bien es cierto que una intervención mía haría superar con creces el actual piso de negociación obtenido por mi cliente, no es menos cierto que…, eh, este que, puf... habría que consultarle a mi defendido su opinión al respecto. Pues de acuerdo a doctrina siempre debe ser el defendido quien opte en última instancia por la decisión final a tomar, no obstante la permanente asistencia en todo momento de su abogado.

-¿Seguro que usted no es familiar del acusado?

-No señor Juez.

-Sí o no. ¿Cumplirá usted su rol de Abogado Defensor?

-¿Podríamos hacer un receso para pensarlo reposadamente?



El Dictamen



-En consideración a los hechos que aquí se han presentado, y habida consideración de testigos, demandantes y defensores, este Altísimo Tribunal dictamina:



-Señor Ahogante: culpable de verborrea sebácea.

-Equipo de Rescate: culpable de estulticia en grado máximo, con el agravante de ensañamiento y alevosía.

-Señores Abogados, Fiscal y Defensor: culpables de patanería en sus grados medio a máximo.





La Sentencia

-Este Altísimo Tribunal sentencia a los culpables a las penas que se indican a continuación:

-Señor Ahogante: Un año de prohibición de hablar más de 20 palabras seguidas y lectura obligada de los libros “Claridad, Precisión y Concisión, Claves para Comunicar”, “Lo bueno, si es breve, es mejor” y “Nadie Entiende ni Acata a los Majaderos”, lo que será fiscalizado por este Tribunal. Además, deberá participar obligadamente en todos los certámenes de micro cuentos que se publiciten, no mayores a cien palabras, hasta obtener un primer premio.

-Equipo de Rescate: Rendir semanalmente ante este Tribunal exámenes de lectura de los libros “El Arte de Saber Oír”, “Pare, Mire y Escuche”, “El Gran Oidor”, “No hay Peor Sordo que el que no Quiere Escuchar”, “Manual del Radioaficionado”, “Escucho, Pienso, luego Existo”, “Alguien Nos Oye”, “Si A es igual a B, entonces B es igual a A”, “Principios Elementales de Lógica Aplicada para Niños del Nivel Kindergarten”, “El Arte de Saber Pensar con la Cabeza”, “No todos los Gatos son Negros” y “No Sienta Temor, Pensar no Produce Cáncer”.

-Señores Abogados: Tienen prohibición de abandonar la ciudad, deben firmar diariamente en este Tribunal, y escribir en cada una de estas oportunidades, mil veces -en cuadernos y lápices que les serán facilitados por su propio bolsillo- “Debo trabajar, esforzada, leal y honestamente, para ganar el dinero que me pagan”. Además, con control de comprensión semanal, en este Tribunal, deberán leer “El Significado de las Palabras”, “El Ratón y el Queso”, “El Zángano después de la Cópula” y “Los Mayas y el Sacrificio Mortal de los Representantes”.

-Regístrese, notifíquese y archívese, si no se apelare.




Fin

(Con el apreciado aporte de Fernanda Núñez, "Nany")






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