Dime con quién andas

Dime con quién andas

-¡Cómo me mira esta mina!, se dice Sergio cuando abrió sus ojos y tropezó con la mirada de Olivia, al interior del carro del Metro.

-¡Por fin hice que abriera sus ojitos este mino!, alegremente se dice para sus adentros Olivia.

-¡Qué curioso!, es como si ella hubiese abierto mis ojos, se maravilla Sergio.

-Con la mirada de esta preciosura me siento como eléctrico ¡y el niño está levantando carpa!, sintió.

-¡Oye!, ¿me podrías decir dónde está el Paseo Ahumada?

-¡Estás parado en él!

-¡No te puedo creer, es que no conozco mucho por aquí, ¿y tú?

-Al parecer más que tú, expresa ella con una picaresca e insinuadora sonrisa en sus ojos.


Sergio y Olivia, Olivia y Sergio comienzan una amistad que muy pronto, convertirán en pololeo –todo incluido- embelesados el uno del otro.

En unas de esas nochecitas del Barrio Brasil, que tienen un no sé que, en cierto hotel galante en calle Agustinas ( espacio disponible para publicidad ), fluía un amor que humedecía sábanas con los tiernos, jugosos y generosos efluvios provenientes de ese miembro estrujado por aquella desorbitadamente excitada caverna.

Sergio ufanamente, se decía para sus adentros “un poco más y la hago tira a cachas”.

La puerta de la habitación parece abrirse y Sergio se sobresalta, mira a Olivia, pero ella no está.

En la cama, en lugar de Olivia, hay un hombre desnudo, con un gran detalle, incluso más grande que su propia herramienta, que no deja dudas sobre su sexo.


-¿Pero qué mierda?, ¿cómo me pude equivocar tanto?, atónito, se pregunta Sergio.

-¿Cómo pude confundir a Olivia con un Olivio? Le saco la cresta a este gay, se dice, y se abalanza sobre el homo para agredirlo, pero éste, ágilmente, se lanza al piso del costado contrario de la cama.


Para allá parte Sergio, pero el travesti no está.


-¿Habrán echado algo en mi trago?, se pregunta, -¡qué trago, si no he tomado ninguno!, se contesta.


Sergio experimenta una gran confusión, no sabe qué está pasando; se siente afiebrado y va al lavamanos para mojarse el rostro hasta sentir un alivio.

De vuelta, se tropieza con un gomero que hay en un costado de la cama.


-¿Cómo que no vi esta tremenda enredadera cuando entré al cuarto?, se pregunta mentalmente. -Bueno en realidad precisamente no venía buscando plantitas, sino más bien una matita de pendejitos, se responde.

Cuando voltea hacia la cama, Olivia está ahí, desnuda, con su sexo abierto y aún exudando una mezcla de sus propios líquidos mezclados con el blanco néctar del placer, y más deseosa de seguir con aquel desenfreno de sus sentidos.


-¿Qué pasa Sergio, por qué esa cara?

-¡Que tú desapareciste de la habitación y en tu lugar apareció un travesti en pelotas en la cama!

-¡Yo he estado todo el tiempo aquí!

-¡Todavía no entiendo cómo pudo pasar lo que pasó!, ¡yo vi lo que vi!, grita por lo inexplicable, una vez en el departamento de Olivia.


Sergio, para despejar su mente, cambia de tema e interpreta algunas viejas canciones -acompañado de una guitarra que encontró por ahí- boleros, Inti-Illimani, Víctor Jara, The Beatles, obvio, y Silvio, por supuesto.

Llega Flora, compañera de departamento de Olivia y, cantaron a trío hasta la media noche, entre café y vinito tinto.  Ya Sergio decidió olvidar el tema.

Ha pasado algo de tiempo y un día cualquiera, al volver al departamento, Olivia encuentra a Sergio y a Flora fundidos en un apasionado beso, en realidad era mucho más que un apasionado beso, desnudos los dos ella parecía clavada contra la pared, suspendida en el aire, sostenida por la férrea herramienta de él, entremedio de gemidos de placer, y entiende por qué su relación con Sergio había venido enfriando desde hacía ya un tiempo.

Un par de días después, Olivia traba amistad con Bernardo, un atrayente joven que frisa los 26 años, igual que ella. Acuden a una exposición de pinturas de Goya en el Museo de Bellas Artes y más tarde a escuchar la Orquesta Filarmónica del Teatro Municipal interpretando “El Amor Brujo” de Manuel de Falla. Fue una sesión de arte exquisita, que los dejó exultantes, y como broche de oro fueron a un hotel galante en la calle Mosqueto (  espacio disponible para publicidad  ).

Para ahorrar tiempo al lector, contaré que sucedió la misma inexplicable situación del travesti, del gomero, y obviamente con anterioridad, la frenética actividad sexual de Olivia y Bernardo.


-Bernardo, he de hablarte de cosas extrañas, escúchame sin interrumpir y no creas que estoy demente, ten paciencia y simplemente escucha.

-Si tú lo dices.

-Yo fui quien entreabrió la puerta.

-Yo era el hombre sobre la cama.

-Pero…

-Yo era el gomero.

-Y yo era yo, por supuesto.

-¡Estás loca!…

-¡Espera!, yo realmente soy…, es difícil entenderlo para ti, pero yo soy energía pura sin cuerpo físico y puedo adoptar cualquier apariencia, pero prefiero el de una mujer.

-¡Cesa tus desvaríos!…

-¡Mi forma de vida necesita la energía que obtengo de fuentes primarias, como el sol!

-¡No necesito más!, pero el ser humano irradia una energía sutil, que en nuestro universo, es el único.  Yo soy adicta irrecuperable a esa energía.

-Es un fluido que emana naturalmente cuando se produce una unión sincera, tierna, amorosa, entre hombre y mujer. Es un sentimiento parecido al amor… ¡es amor!

-Tú no lo has descubierto aún, ¡pero eres igual a mí!

-El Universo no es más grande que tú y yo y todo lo demás, animado o no, ¡juntos o por separado!, ¡nosotros somos el Universo!, y necesitaba un modo de demostrártelo.

Bernardo y Olivia espontáneamente se funden en un abrazo que sella el inmenso amor que ha surgido entre ambos.



¿Fin?



Como autor de esta historia, tengo derecho a sospechar que Bernardo no se da cuenta –o tal vez no le importe- que cuando su producción de fluido disminuya o baje en calidad será prontamente, temporal o definitivamente, reemplazado por otro productor de emanaciones de fluido eléctrico de mejor rendimiento. Y hasta podría ocurrir que Olivia se transformara en Olivio y le devolviera la mano.


Fin

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