Llomellamo

Llomellamo

-¿Cómo te llamas forastero?

-Yo, me llamo.

-Entendí que se llama “Llomellamo”, dijo el que más hablaba, y el resto –tras algunas disensiones- aceptó que su nombre era Llomellamo.

Había transcurrido un instante desde que bajó de su extraño artilugio. Como sucede cuando tomamos conciencia de algo nuevo, tratamos de asimilarlo a la conocido.  Podríamos decir entonces, que era una especie de helicóptero –pero no de tan horrible aspecto- de energía sin materia.  Los naturales del lugar le llamaron “mosca horrible”.

Llomellamo siguió con su vista las evoluciones de una forma viviente auto transportada endémica del lugar que conocemos como ciervo volante (Lucanos cervus), inmenso escarabajo de los bosques del Sur. Como es su costumbre Llomellamo -vistió como la forma de vida observada- y lo acompañó en sus actividades diarias; rió con sus piruetas, se emocionó con sus rituales de apareamiento y con el cariño profesado a sus crías. Estaba fascinado por su color castaño rojizo y por esas patas tan largas que le permitían hacer innumerables actividades demostrando gran inteligencia.

La comunidad de ciervos volantes lo acogió alegremente y le homenajearon con una gran fiesta de bienvenida, con canto, baile y bocadillos. A ninguno de la comunidad se le ocurrió preguntarle de dónde vienes y menos ¿Quo Vadis?.

-¿Cómo te llamas?, le preguntó un grupo de escarabajitos.

-Llomellamo contestó.

Ellos muy educaditos, ocultaron la risa para no abochornarlo, y le pidieron acompañarlos a invitar a la madre de la culebra (Acanthinodera cummingi) para que se unieran a la fiesta.  En poco tiempo llegaron, machos y hembras, tan distintos entre sí que llamaban la atención inicial, después ya todos estaban revueltos y nadie se admiraba, de nada.

La fiesta continuaba y los madre de la culebra propusieron sumar a la fiesta a los escarabajos rinocerontes (Oryctes nasicomis), que son menos de la mitad del tamaño de los escarabajos que ya estaban allí, pero revoltosos como ellos solos, son capaces de resucitar un muerto en su velorio. Dicho y hecho, allí llegaron con guitarras, tambores, tumbadoras, trompetas, cajas, platillos, pitos, flautas y huifas.

Con tanta música, risa y baile fueron apareciendo multitud de otros insectos, ya no sólo escarabajos, los que por supuesto eran bien venidos, pero como el conocedor de los nombres científicos ya se encontraba con la caña, sólo se les nombrará por su apelativo común: abejas, palotes, saltamontes, matapiojos, pololos, peorros, moscas (infaltables en cualquier ocasión, aun sin invitación, por supuesto) y muchos otros más.

Métale cumbia, porque es sabido que, en general, es la música preferida de los insectos.  Pero también sonaban cuecas, valsecitos peruanos, gotanes, mazurcas, sambas, rap, reggaetón, hip-hop, andina y hasta –créanlo ustedes- rock. Axe, no.

Hubo un momento en la fiesta en que todos procuraron ponerse a resguardo de otro animal, de tamaño inconcebible para ellos, que caminaba en dos patas sin darse cuenta sobre qué estaba pisando.

-¿Y este animal?, cómo se llama, preguntó Llomellamo.

-Destructor estúpido, dijeron a coro los insectos.

Llomellamo se divertía -a más no poder- contando chistes, algunos subidos de tono, y también escuchando los chistes increíblemente picantes de las chinitas (Cycloneda fulvipennis). El científico tuvo un pequeño lapsus de lucidez.

Corría el tinto y el otro, ¡que bichos buenos para empinar el codo!, ¡verlo y no creerlo!, todos en buena onda eso sí, buena caña, todos felices riendo, comiendo, tomando, bailando y aprovechando la ocasión, ya saben para qué.

-¡Salud!, gritaba al que se le ocurría.

-¿Por qué?, preguntaba el resto.

- ¡Porque después de esta no hay otra!, gritaban a coro los participantes de la fiesta, Llomellamo incluido.

La “Chinita” Georgina hacía ojitos a El “Volador” Juancho, quien andaba muy picucho, lo que evidentemente era un amor imposible, hasta que entró en escena la “Chinita” Pedro, que se llevó a la Georgina para los matorrales, y le demostró que cada cosa debe ir en su lugar.

A todo esto, una vez pasada la novedad, nadie pescaba en especial a Llomellamo, pasando éste al anonimato total, porque a fe de los testigos era bastante fomeque, más apagado que un cigarrillo, de repente se ponía filosófico y le daba muchas vueltas a las cosas -y con el trago se pone un poquito caldo de chancho- aseguraban varios. Para no quedarse dormido sacó a bailar a Gertrudis, una cierva volante. Hay que decirlo, bailaba mal, así que las damas lo evitaban. Después tuvo unos escarceos amorosos con la “Voladora” Panchita, muy bien llevados a término. Pero llegó un momento en que definitivamente no lo pescaban ni en bajada.

Para llamar la atención sobre sí, mudó su aspecto al de un escarabajo rinoceronte, lo que dejó perplejo a todo el mundo, pero una vez que se dieron cuenta que era Llomellamo, se rieron y continuaron, cada uno, con lo que hacían antes de la interrupción.

Llomellamo, entonces, quiso reunirlos a todos, pero fue imposible, así que les dirigió la palabra a unos pocos.

-Amados hijos, yo soy Llomellamo.

-Sí, sí te conocemos por ese nombre, decían los que prestaban atención.

-Yo soy el único, legítimo y auténtico Llomellamo.

-Sí, ya te dijimos que sí.

A todo esto, la casi totalidad de los asistentes tomó interés en el asunto, dados los sucesos en desarrollo.

-Pero déjenme explicarles que yo soy el creador de todo lo que hay aquí.

Se escuchó una risotada general.

-Es que ustedes no entienden que soy el alfa y el omega.

-Si eso fuera cierto, no tendrías forma alguna, y te comunicarías directamente con cada uno de nosotros sin usar palabras distorsionadoras de cualquier mensaje, dijo Juancho.

-Exacto, exacto, repitió la multitud.

-Te hemos visto igual a nosotros, nada te diferencia. Así yo podría decir, o cualquiera de nosotros pudiera decir “yo soy Llomellamo”.  ¿Y por qué habríamos de creer a éste y no a este otro?

-Pero es que yo puedo hacer milagros.

-¿Y qué es milagros?, ¿para qué queremos algo que no sabemos qué significa?, casi al unísono, decían los fiesteros.

-Les ruego me perdonen, veo que ustedes no me necesitan.

-Si te necesitamos, dijo a coro la muchedumbre.

-Necesitamos que sigas participando aquí junto a nosotros como uno más, que vivas tu vida aquí, con nosotros.


Llomellamo encontró que esas palabras eran las más sabias que había escuchado nunca (en realidad siempre había escuchado sólo su propia voz), es decir, él mismo había hablado por boca de ellos. Pero volvió a plantearse su viejo dilema: “si ellos hablan lo que hablan, lo hacen porque yo los hago decir las palabras que yo estipulo, luego sigo siendo único y por tanto solo”.

-¡Ah!, cómo quisiera encontrar compañía, al menos una, que no sea marioneta de mis designios.

-Debo buscar fuera de mí, pero no hay fuera de mí.  Aquí en mi universo no hay otro Llomellamo que tenga su propio otro cosmos.

Al otro día los habitantes del bosque declararon feriado para reponerse de las consecuencias de la bacanal, y al día subsiguiente todo bicho a trabajar feliz y contento.

Llomellamo se despidió de todos -agradeciendo el cariño recibido- y por sobre todo, por la feroz fiesta en la que había participado.


-¡Llomellamo, ayúdame!, ¡quítale esto al otro y dámelo a mí!, ¡mátalo a él y no a mí!, ¡porque yo te amo más!, ¡porque yo sigo tus preceptos!, ¡porque yo soy bueno y el otro es malo!, se escuchaba apenas perceptible una lejana letanía.


Llomellamo pensó, ¡lo pasé excelente en esta nueva visita! Volveré en unos cien mil años más para reunirme con unos manatíes que divisé por ahí -¡que animal tan extraordinario!- y con quienes han desarrollado la inteligencia más brillante en este planeta: ¡los delfines!

Fin


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