Páginas del Libro


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-Algo no cuaja, esta ecuación no la logro entender y, posible no es, que sea incorrecta.

Eduardo Cardemil estudiaba preparándose para presentar su Tesis de Grado sobre Microeconomía. Lápiz y papel en mano desarrolló la demostración de la concavidad positiva de una curva, que fue la ecuación que le pareció sospechosa en su Libro de Matemáticas Aplicadas. Llenó un papel con garabatos incomprensibles para cualquier persona que se considere mentalmente sana.

-¡Oh, el resultado del libro es incorrecto!, se asombró.

Repasó y rehízo algunos cálculos y llegó a la horrible y odiosa confirmación que el resultado era definitivamente incorrecto.

-Debo corregir este desaguisado, díjose.

Eduardo, tomó corrector líquido de última generación y lo comenzó a derramar sobre la primera letra de toda la sección errónea del libro. Todo lo escrito -al igual que en la pantalla de un procesador de texto- retrocedió por sí solo, dejando esa área en blanco, como si nunca hubiese contenido símbolo alguno.

-¡Qué maravillosa es la tecnología!, extasiado, exclamó.

Cogió un lápiz –parecía común y corriente, más no lo era- y escribió manualmente el desarrollo de la ecuación con el resultado correcto. Los signos se imprimían, como si lo hiciera un procesador. No quedó evidencia alguna que el texto original, erróneo, fue reemplazado por uno correcto.

-¡Qué avance tecnológico, sorprendente!, ahora respiro tranquilo.
-¡Pero si estaba malo aquí!, ¿también habrá un error análogo en el libro de microeconomía “Teoría del Precio y sus Aplicaciones” de Hirshleifer?, se cuestionó sobresaltado, casi fuera de sí, con el corazón palpitando de un terror indefinido.

Meticulosamente -con un paño amarillo- limpió de cualquier posible suciedad en el espacio desocupado del librero, repasó con un paño blanco los seis costados de su libro de matemáticas y lo repuso en el lugar correspondiente- luego limpió, con un paño celeste, el pulido cristal de su escritorio, sacó su Hirshleifer y con sumo cuidado lo depositó sobre él.

-¿Qué me estará pasando que encuentro errores impresos en todas partes?, se alarmó.

El libro decía “Terror del Precio y sus Aplicaciones”.

Ya ustedes adivinaron, tomó corrector y lápiz y escribió el título correcto. “Teoría del Precio y sus Aplicaciones”

-Aquí está la aplicación al planteamiento de Hirshleifer… ¡la encontré!, habló para el mismo.
-¡Mierda, tiene el resultado erróneo!, nuevamente su corazón estuvo a punto de sufrir un colapso microeconómico.

Corrector… lápiz… perfecto… y busca el final del capítulo para repasar las conclusiones del autor.

-¡Por la concha…, esto no puede ser!, horrorizado exclamó Eduardo, a punto de caer en una falla sistémica generalizada de su organismo, al leer “La Microeconomía sólo es una disculpa para impartir clases en las universidades por parte de profesores de mente calenturienta y de poco o nulo cabello en su cabeza, frecuentemente de apellido Henríquez. Es decir, no sirve para nada. Lo honesto sería estudiar cómo hacer que la economía esté al servicio de la humanidad y no lo contrario, las conclusiones micro y macroeconómicas a partir de la misma, son perversas y satánicamente estúpidas”, decía el autor.

Para Eduardo se desmoronaba el sagrado andamiaje del funcionamiento del sistema capitalista en general, del cual era acérrimo partidario. Simplemente no era posible, de aceptar esta situación.  No podía permitirse este sacrilegio atentatorio contra el orden divino, la moral y las buenas costumbres.

Corrector… lápiz… y escribió de memoria los versículos del salmo correspondiente a la sacro santísima verdad irredargüible del bienestar capitalista propugnado por las Santas Escrituras de los apóstoles Adam Smith, Milton Friedman, David Ricardo, Thomas Robert MalthusJohn Maynard Keynes, Robert Lucas, James Tobin y tantos otros profetas menores. Karl Marx, no, nunca fue un apóstol ni un profeta, simplemente fue un tipo equivocado con estúpidas ideas en su cabeza, según Eduardo.

Imploró –a San Jack y a San Jaime- que esta manifestación demoniaca fuera única, que hubiera afectado sólo a este ejemplar, con tal descomunal falta de respeto al sagrado libro económico escrito por los apóstoles mismos escuchando las palabras de Ella, la Diosa creadora del Universo, la poseedora del poder omnímodo, la que se debe adorar en cada minuto de la existencia para que la vida no carezca de significado.

Dio un corto paseo para despejar su cabeza, lo necesitaba.  De regreso, se adentró en el libro de Historia Universal buscando algún material con el objeto de dar un pequeño, pero muy pequeño barniz de humanidad y cultura a su tesis.

-No se debe dar pie a malas interpretaciones, razonó Eduardo

Su espanto fue inmediato al leer -en una determinada página del libro de historia- un subtítulo que rezaba “La Unión de Países Centro y Sud Americanos y el bombardeo a Estados Unidos de Norteamérica”, seguido por un comentario acerca de las armas de destrucción masiva que se estaba seguro fabricaba esa nación norteamericana.

Barruntó, sin encontrar una explicación racional, que esto podría deberse a las correcciones que había efectuado anteriormente a otros libros.

Eduardo, con un crayón rojo, tapiza las paredes de su habitación con ecuaciones matemáticas que arrojan siempre el mismo resultado -no en números, sino en palabras: “Es mejor aceptar a tiempo que una teoría es errónea, que tratar de corregir sus efectos”.

Escasamente recibe visitas en el sanatorio mental, está muy aislado de la ciudad, es bastante costoso –en términos monetarios- llegar hasta allí, en otras palabras, no es rentable, según la teoría microeconómica.


Fin

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